El Cristo de la Vega
Hace muchos muchos años, en la ciudad española de Toledo, vivía una hermosa muchacha llamada Inés Vargas. Era muy famosa por su belleza, pero muchos pretendientes la rechazaban porque pertenecía a una familia que a pesar de tener muchos títulos, no tenía apenas dinero.
Un día, Inés, conoció a un apuesto caballero, llamado Diego Martínez. Pronto se enamoraron perdidamente, pero pasaba el tiempo y Diego no se decidía a pedirle matrimonio a Inés, algo que causaba a esta mucho dolor.
La Guerra de Flandes hizo que Diego se viera obligado a marchar de Toledo y partir allí durante un año, hasta que la guerra terminara. Antes de marcharse no hizo más que jurar y perjurar a su amada amor eterno, sin embargo a esta no le bastaba, pues temía que al pasar tanto tiempo separados este se pudiera olvidar de ella. Por esta razón le hizo jurarle ante el Cristo de la Vega que a su regreso a Toledo se casarían y su amor duraría siempre.
Y así Diego se marchó, e Inés cada día se asomaba a ver si su amado regresaba, pero pasó un año y este no aparecía. Pasaron dos, y este tampoco regresaba. Así hasta tres años, en los que Inés pensaba que no volvería a verle.
Sin embargo un buen día, Diego por fin llegó, vino rodeado de más caballeros y recién nombrado capitán, muy fuerte, apuesto y cambiado.
La sorpresa de Inés llegó cuando al correr hacia él, este fingió no conocerla y afirmaba que se había vuelto loca si pensaba que se iba a casar con una completa desconocida para él.
Ante la desespereción, Inés, decidió contarle toda la situación a un juez en busca de justicia, pero nadie le creía, pues no tenía ningún testigo que pudiera confirmar sus palabras.
De repente, cayó en la cuenta de que sí tenía un testigo, el mismísimo Cristo. Así que todos los jueces, Diego, Inés y muchos curiosos de la ciudad con ganas de saber cómo acababa de zanjarse este asunto, fueron a tomarle declaración al Cristo de la Vega.
Cuando el juez le preguntó a este, si efectivamente era testigo de la situación que Inés había contado, este quitó la mano que tenía clavada en la cruz y dijo "Si, lo juro". En este momento, todo el mundo creyó las palabras de Inés.
Y desde aquel día en el que el Cristo desclavó su mano de la cruz, no ha vuelto a su lugar, jamás.
Que chula la historia
ResponderEliminarQue bonita y triste leyenda!
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