Ecos del pasado

Si habéis visitado Córdoba, habréis podido comprobar que es una ciudad preciosa, llena de rincones con encanto, calles llenas de flores, música, luz, alegría y mucha historia.

En ella vivieron algunas de las culturas más importantes de la Historia. Musulmanes, judíos y romanos han dejado un legado que hoy en día sigue maravillando a cualquiera que decida visitarla y perderse en ella.

Sin embargo, como en cualquier otro lugar, el pasado no ha sido siempre tan bonito como imaginamos. 

Esta historia que voy a contar comienza hace tan solo unos años, en uno de los enclaves más conocidos de la misma, la Mezquita. 

Siendo sincera, nunca la había escuchado, pero no me resulta difícil de imaginar que algo así pase en un lugar tan mágico como este.

Juana de Sousa fue una cordobesa de familia acomodada que tuvo una relación con el rey de Castilla, Enrique II de Trastámara. Fruto de su amor, nación Enrique de Castilla y Sousa.

Años después Enrique II falleció, y Juana quedó sola y desamparada, con la única compañía del hijo que tuvieron en común. 

Sin embargo, el destino estaba escrito, y a la edad de veintisiete años su hijo murió.

Como era un hombre querido por la ciudad, decidieron enterrarle en a Mezquita y Juana ante la desesperación por estar lejos de él, pidió al Cabildo que le dejaran vivir en una de las habitaciones del interior de la Catedral. 

A partir de este momento jamás volvió a salir.

Muchos guardias de seguridad hablan de una sombra que deambula por las noches entre los majestuosos arcos y columnas del monumento, pero siempre hace el mismo recorrido. 

Lo más sorprendente es, que cuando llega a la tumba de Enrique de Castilla y Sousa, se desvanece.